Superposición del sitio

Puentes derrumbados

     La casi insalvable dificultad de acceso a la tradición humanística por parte de las nuevas generaciones tiene, creo, tres motivos fundamentales: uno de carácter ético, otro de carácter cultural y otro de carácter estrictamente mediático. Los tres conforman un paisaje desolador de puentes derrumbados que daban acceso a la única Cultura que ha dado nuestra historia y nuestra civilización occidental.

     En lo que se refiere al primer motivo, de carácter ético, hay una quiebra en el reconocimiento de los valores sobre los que la cultura humanística se sustentaba: el honor, la nobleza, la altura de miras, el empeño de la palabra dada… Cuando yo impartía clases de literatura, hacía leer a veces a mis alumnos la Historia del Abencerraje y la hermosa Jarifa, una bella novela morisca del XVI. En este relato un noble musulmán cae preso en manos de un no menos noble caballero cristiano; éste advierte que una nube de aflicción ensombrece la estoica entereza de su prisionero y le pregunta por la causa; el moro le confiesa que en un breve plazo debía reunirse con su amada Jarifa, después de un largo y azaroso período de separación, y que, al haber caído preso, ya no podrá acudir a la cita. El cristiano, magnánimo, le ofrece tres días de libertad para que pueda entrevistarse con ella, al término de los cuales deberá volver a su cautiverio. El moro acepta agradecido y cumple, por supuesto, con la promesa dada. El final del relato no hace ahora al caso -acaba, por supuesto, de la mejor manera-, pero la opinión mayoritaria de los estudiantes era censurar la historia por absurda e inverosímil; ¿cómo era el capitán cristiano tan ingenuo para fiarse de la historia o la palabra del desconocido prisionero, y, sobre todo, cómo era éste tan estúpido de volver a manos de su captor una vez conseguida la libertad?

     El segundo obstáculo imponderable entre el estudiantado para acceder a los textos literarios del humanismo es la ausencia casi absoluta de referencias culturales. Lo comentaba George Steiner en alguno de sus libros: el acervo de notas y explicaciones previas (léxicas, históricas, mitológicas, religiosas…) para comprender la mera superficie de un texto clásico ha de ser hoy en día tan voluminoso que, cuando el alumno por fin alcanza a entenderlo, ha quedado tan exhausto, tan apesadumbrado por el cúmulo de nuevas informaciones, que se muestra ya incapaz de gozar sus mieles literarias, de sondear con energía su riqueza de sentidos o sus mimbres más secretos. Si tenemos que explicar a un alumno de Filología qué es la Arcadia, qué es el Gólgota, quiénes son los godos, que Marte es el dios de la guerra, que Febo es el sol, que “sierpe” es serpiente, que “beldad” es belleza, que “pródigo” no es el que vuelve (aunque eso ya sea saber algo) sino el que derrocha, que Jacob robó la bendición de su padre, que el poeta alude a Jesucristo cuando se refiere al hombre que “descendió” “para subirnos al cielo”, o si es necesario resumir a Platón al toparnos con “el alma que en olvido está sumida” o explicar la doctrina del amor cortés para comprender un verso tan sencillo del Romancero como ese que dice que “los enamorados van a servir al amor”…, si hay que aportar éstos y similares datos para acceder a la mera letra de muchos textos, ¿cómo no pensar que el estudiante al uso va a incurrir en el error de juzgar que la literatura humanística es un vano artificio que nada tiene que ver con el ser humano, con la realidad de las cosas, con la propia vida?           

     El tercer puente derrumbado tiene que ver con la determinación decisiva de estos tiempos digitales, tan pródigamente visuales e icónicos, pero tan paupérrimos desde el punto de vista escritural y discursivo. El breve tuit, la dispersión permanente, la mirada rápida, la contestación irreflexiva, la pérdida de tiempo irremediable entre unas cosas y otras con la esclavitud penosa ante el chisme digital, todo ello nos aleja irremediablemente de lo que exige y comporta la tradición humanística: concentración, profundización, disfrute lento de las ideas, valoración de los matices, aprehensión morosa y casi digestiva de los contenidos, fijación de los datos. Este último punto me parece importante. Todo está en google y wikipedia, se nos dice, ¿para qué memorizar nada? La respuesta es bien sencilla: si uno tiene vacía su memoria de datos, fechas, nombres, referencias históricas y culturales, cuando aparezca un nuevo elemento de este jaez nunca será capaz de integrarlo por sí mismo en ninguna red contextual y asociativa anterior y siempre estará a expensas de lo que otros interpreten o digan sobre ese elemento, o sobre el marco general en el que se inserta. Nunca tendrá, en suma, la capacidad de ver o interpretar por sí mismo, los hechos, las ideas, las causas, las consecuencias. Y nunca será libre y verdaderamente culto.

     La cultura humanística es una creación tan sutil y delicada en la evolución del animal humano que hacen falta siglos de esfuerzo permanente para levantarla, pero unos años bastan para reducirla al polvo. Pensemos sólo en un aprendizaje tan sofisticado como la lectura, que es el instrumento más refinado de nuestra civilización. No me refiero a la lectura funcional del semi-analfabeto común de nuestros días, que lee en sus pantallas o pantallitas textos de exigencia nula, sino a la lectura profunda y reflexiva de verdadero contenido. Quien no ha aprehendido en los primeros años este hábito de lectura, tan complejo, tan difícil (o quien lo ha abandonado durante un tiempo por mor de las nuevas tecnologías), lo pierde para siempre: rompe un puente decisivo con los mejores logros del pasado humano y baja instantáneamente un escalón civilizatorio. Lo más terrible es, sin embargo, que hoy en día no lo echará en falta, porque allí se fundirá con su propia época y con la flor y nata más reconocida de sus contemporáneos.

Publicado en el periódico Noroeste digital (11 abril 2013)